30 may 2011

El del baile cancelado.

Mi trayectoria, como venía yo contando, venía de lejos y me perseguía desde los once años y sus vandalismos varios; en los noventa uno tenía que ser el más malo, el más chulo, y nadie quería ser menos. Nos reuníamos unos cuantos coleguitas y las liábamos por el barrio; asaltos nocturnos a obras, pequeños hurtos, un paquete de cigarrillos ocasional que nos podía durar semanas. Con catorce dejé de ir a misa, a los quince me saltaba las clases particulares y bebía chupitos, los diecisiete me sorprendieron besando a chicos casi tan embriagados como yo y a los veintiuno seguía teniendo alma de teenager. En el fondo, tras un par de cañas y su correspondiente hora de conversación fluída, uno terminaba por ver que yo era casi todo lo adulto que debía ser y que tenía las cosas más o menos claras en mi cabeza. 

Si algo había aprendido hasta entonces durante toda aquella transición era a valerme por mi mismo, o más bien a salvar mi culo. La adolescencia nunca es fácil, y mucho menos cuando sabes cómo apañártelas para elevar la complicación a la enésima potencia. Todo lo que me aferraba era sinrazón, y mi razón, por aquel entonces perdida, tratando de no naufragar me preguntaba si podía volver, si podíamos hacer bien las cosas los dos, juntos, de una puta vez. 

Yo no creía en los milagros desde que no te tenía cerca, pero ya no moría moría sin tí, y eso me mantenía en un estado como de espera, que se cernía sobre mí como un tupido manto de incertidumbre con el que algunas noches me arropaba en la cama mientras intentaba dormir. Ya no había una mosca en mi cristal y por decirlo de una forma sutil te devolví tus zapatos perdidos, tú y yo llevábamos meses sin hablarnos y a ninguno parecía importarnos demasiado, y en el fondo yo no paraba de preguntarme cómo lo conseguías. Y entonces un día, uno como otro cualquiera de entre miles de millones de días, sin previo aviso, decidí que era hora de cerrar una etapa, y como nunca llegaste a venir a cenar, te quedaste sin baile. Y sin baile, ya no podías ser rey. Y desde entonces nadie supo realmente de ti, o por lo menos yo no, porque ya no me importaba.

Porque con el tiempo había aprendido muchas cosas sobre tí, y en el camino me sorprendió la más sorprendente de las sorpresas, y no sabes lo bien que lo comprendí todo entonces. Tú y yo teníamos instintos distintos, y yo había estado equivocado al respecto. Y esto ni siquiera es una despedida. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta como escribes :D
Mucho mucho
te sigo!