2 oct 2011

El de la enumeración aleatoria de sensaciones.

Inhalar y cerrar los ojos. Sentir por unos instantes lo astrománticos que pueden ser algunos domingos, y morderse el labio inferior. Exhalar, lento. Olvidarse de que hay un mundo afuera. Pensar con deseo, con ese deseo que deja sin palabras y solo deja actuar. Buscar en la mente, un chapuzón de reminiscencia. Una mirada más sincera que mil palabras, una melodía de jadeos inaudible. Morder la carne humana con pasión y voracidad a partes iguales, desayunar en una terraza. Despertar con fuegos artificiales bajo el pantalón. Que los niños griten. Que te desesperes con ello. No salir un sábado por la noche. Los cigarrillos más finos, el más prieto de los torsos. Un fin de semana lleno de sonrisas, un par de vidas a base de tópicos. Que tu color favorito sea yo, y que el mío sea el color caldero. Desinhibirse a partir de un disco de los White Stripes. Las sábanas de rayas blancas y rojas arrugadas en el suelo. Un taxi rodeando al quiosco que nunca duerme con una mano tratando de agitar una despedida. Que yo pida una hamburguesa y no sea de pollo, ver tu caraguapa en mi espejo. Que el tiramisú sepa demasiado a limón o que las moscas ronden la tarta de queso y arándanos, que te mire y me emociones y así hasta ciento.